lunes, 25 de abril de 2011

El diario de los Personas. Capítulo 2: Mi camino andado


-         ¡Es un colgante precioso, de verdad! Ahora me toca a mi, aquí tienes. ¡Feliz aniversario, cariño!

De repente me encontré en una colina enardecida por un césped de color verde intenso, alumbrada por un resplandeciente sol y un cielo azul sin una sola nube. Aquella era una escena que no habría podido olvidar aunque hubiese querido: hacía un año que comencé a salir con María, la que ya por aquel entonces consideraba la mujer de mi vida. Yo la conocía de vista de mi primer año de Derecho en la universidad Complutense de Madrid, aunque por aquel entonces ni siquiera nos saludábamos. No fue hasta el año siguiente, en la que ella abandonó Derecho para perseguir su sueño de ser actriz, en el que coincidimos en un curso de oratoria que ofrecía la universidad y hablamos por primera vez.
Desde el primer momento congeniamos y, entre unas cosas y otras, llegamos a un año. La verdad es que el tiempo siempre pasa volando cuando estás enamorado:

-         Vamos, ¡ábrelo!- dijo impaciente.

Desempaqueté rápidamente el objeto para encontrarme con el mejor regalo que me han hecho jamás: el volumen 1 de “Bebop & Bird” de Charlie Parker, un disco casi imposible de encontrar.

-         ¿Sorprendido? Mi abuelo también es fan del Jazz y me comentó una tienda especializada en Malasaña y, mira por dónde, lo tenían. ¡Además nuevo!-

Intenté rememorar los sentimientos que me provocó tamaño regalo aquel día, pero no logré encontrar nada en mi interior. Era como si, además del rostro, hubiera perdido también el corazón. Ella me miraba, expectante a mi respuesta. No la había, no cabía ninguna siendo incapaz de articular palabra. En ese momento, una ráfaga de viento levantó las páginas del diario tendido a mi derecha en el césped, permitiéndome observar la verdad de lo acontecido:

“Y tras ese gran regalo, me aguardaba otra gran sorpresa: María había obtenido una beca completa para estudiar en una escuela de arte dramático en Nueva York el curso que viene y había decidido aceptarla. La emoción que mostraba me llenó de indeseable ira, ¿de verdad pretendía irse sin más dejándome sólo? ¿Ni siquiera iba a preguntarme mi opinión al respecto? Ella me miraba con sus brillantes ojos, expectante, esperando una respuesta por mi parte…”

Tras leer esa realidad, rememoré toda la escena, levantándome del césped y desdoblándome en dos yo: mi yo con rostro hablando con la muchacha y mi yo sin rostro observando la escena como un tercero imparcial.

-         ¿Acaso no te alegras por mí?- Preguntó ella después de escuchar mis reticencias.
-         ¡Oh, claro que si! Es estupendo, María. Pero como ya te he dicho olvidas el hecho de que estaremos en países distintos. Prácticamente estás rompiendo conmigo.- Argumentó mi yo con rostro, visiblemente enfadado.
-         ¡No estoy rompiendo contigo! Simplemente necesito que me apoyes. Es una oportunidad muy grande para mí…-

Viéndolo desde aquel punto de vista, mi yo sin rostro comenzó a compadecerse de mi yo con rostro; este último se comportó de manera pueril e insegura. Mientras, el diario de los personas seguía escribiendo verdades:

“Y es que experimentar el amor puede suponer experimentar así mismo la vida y la muerte. El amor da la vida y la mata al mismo tiempo. Perderse en el amor puede suponer perderse en la muerte.”

-         ¿Pues si tan inseguro te sientes por qué no lo dejamos y ya está?-
-         ¡Por mi vale!- Suelta mi yo con rostro sin pensar.
-         ¡Pues vale!- Suelta ella también sin pensar.

Tras esas declaraciones, ninguno sabía cómo continuar, de modo que simplemente se miraron a los ojos y se alejaron con reticencia el uno del otro. Ella colina arriba, hacia el cielo, y yo colina abajo, hacia el infierno. Mi yo sin rostro lo observaba todo apesadumbrado, empezando a experimentar cierta sensación de pérdida. No podía saber si aquello era bueno o malo ¿acaso aún tenía algo que pudiese perder?

Y el diario seguía describiendo mi ruptura interior mientras mi yo sin rostro la veía marchar:

“A partir de ese día, cortamos toda relación. Ambos éramos demasiado orgullosos para dar el primer paso y disculparnos. Mis padres se alegraron mucho de la ruptura, nunca les gustó María, era demasiado “working class”, además de atea. Al menos Nanako me hizo recordar lo bueno que había en ella;  siempre se habían llevado bien y se hacían regalos continuamente: si Nanako le regalaba una pulsera, María le compraba un cuento infantil. Supongo que María intentaba suplir el hecho de que era hija única.
En el segundo trimestre del año me enteré por Lucas que ella se había ido a Nueva York antes de lo previsto, de modo que me las ingenié para hacer unos cursos de verano en la misma ciudad que ella.
Y así, tras perder algo muy importante para mí antes de mi partida y sin poder despedirme de nadie, pasé un par de meses en Nueva York. Si dijera que no lo hice por ella, mentiría, aunque tampoco tuve intención de buscarla. Hasta que un día mi camino se cruzó con el de ella por casualidad. De todos los Starbucks de toda Nueva York, precisamente me la encontré en el que estaba cerca de mi universidad, trabajando en el mostrador. Pude advertir que aún llevaba el colgante de platino que yo la había regalado y la pulsera que Nanako le hizo.

Entonces lo supe, no me comporté como yo mismo. Me dejé llevar por los vicios de los celos y las inseguridades y había perdido una de las cosas más importantes de mi vida. Y ya no me merecería siquiera el placer de mirarla. Ni entonces, ni nunca. Ese sería mi castigo.”

De haber tenido ojos, hubiera llorado, de haber tenido boca, me hubiera disculpado, de haber tenido el valor suficiente para ser yo mismo, no la hubiera perdido. Mi yo sin rostro recogió el diario y salió corriendo detrás de ella hasta la cima de aquella verdosa colina parándose en medio para evitar su marcha. Ella me reconoció al instante, aún sin cara. Eso me llenó aún más por dentro y simplemente la abracé, demostrándola que lo sentía, que todo fue culpa mía, que la quise entonces y la seguía queriendo. Entonces, ella susurró unas palabras:

-         Yo soy tú y tú eres yo. Recibe lo que siempre fue tuyo.-

Y con esas palabras, ella estalló en un montón de plumas blancas que cayeron lentamente al verdoso suelo. A mis pies, cubierta por las plumas descendentes, se disponía una máscara con mi cara. La recogí y me la puse sin pensármelo dos veces. Una vez puesta, pude notar la calidez de mi sonrisa y la humanidad de las lágrimas cayendo por mi rostro.

Al cabo de un momento, pude comprobar con desconcierto que detrás de mi se mostraba una puerta doble de madera, sujetándose en la nada. Decidí abrirla y traspasarla sin mirar atrás, cerrándose esta una vez crucé el umbral.
Me encontraba en medio de un juicio. Recordaba ese sitio, era el tribunal dónde realicé mis prácticas en Nueva York. La sala estaba abarrotada de gente conocida; mis propios padres se encontraban en el tribunal del jurado junto a algunos de mis profesores.

-         Letrado, ocupe su sitio.- Dijo el juez con voz solemne.

Me acerqué no sin temeridad al estrado, pudiendo observar que el único sitio libre era en la mesa de la defensa, mientras que en la parte acusadora se encontraba, para mi sorpresa, un viejo conocido.

-         ¿Lucas? ¿Qué haces aquí?-
-         Nunca te enteras de nada, ¿verdad “amigo”?- Dijo con pretenciosa sarna
-         ¿Esto es por lo de la disertación? Si es por eso, yo…-
-         ¡Letrado!- Dijo el juez con tono firme.- Haga el favor de ocupar su sitio, no tenemos todo el día.-

Con ademán abatido me senté en el lugar de la defensa, dejando el diario encima de la mesa. Sin duda, todo esto debía ser obra de la segunda carta: el juicio.

El juez, un individuo negro con barba blanca y calva reluciente, dio un martillazo, comenzando así la sesión:

-         Se inicia el juicio contra el condenado número 6.666.666.661. Se le acusa de alta traición hacia un ser en inferioridad de condiciones provocándole un grave perjuicio profesional ¿Cómo se declara el acusado?
-         Su Señoría, no he entendido los cargos.- Dije totalmente contrariado.
-         ¿No entiende el delito de traición, letrado?-
-         No, señoría, lo que no entiendo es contra quién se especula que propicié un perjuicio.-
-         Mire a su derecha, letrado.-

Tal y como me dijo el juez miré a Lucas. No podía creer que mi mejor amigo me llevase ante un tribunal por un asunto tan nimio; además, no tenía ni idea de qué perjuicio pude haberle provocado. Ahora bien, si a eso quería jugar, que nadie dijera que yo no apostaba.

-         Me declaro inocente, su señoría.-
-         Bien. Escuchemos el alegato inicial de la parte acusadora. Señor González, por favor.-
-         Gracias, su señoría.-

Lucas se levantó y se dispuso en medio del tribunal para soltar su arenga. Como pelirrojo, era un orador pasional, por lo que sus fundamentos siempre se basaban más en la emoción que en las pruebas concretas. Gracias a eso, siempre estuve por encima de él.

-         Damas y caballeros del jurado. Quédense con que este hombre, el día 10 de Junio de 2001, decidió destrozarme la vida premeditadamente. Quédense con que este hombre, faltando vilmente a su palabra, publicó una disertación en la universidad que dispuso que todo mi trabajo fuera obsoleto, provocándome un grave perjuicio académico. Quédense con que este hombre, al que solía considerar mi amigo, fue capaz de pisotearme con tal de satisfacer sus propios fines egoístas. Quédense con la forma del corazón de este hombre, retorcido y pútrido a más no poder, que no fue capaz siquiera de disculparse ante tal crimen. Quédense con la forma de este hombre, que es el de la arrogancia personificada…-
-         ¡Protesto, señoría! Está incurriendo en injurias hacia mi persona sin justificación.- Solté con plena confianza.
-         Se acepta. Por favor letrado, resuma su postura.-
-         Por supuesto, su señoría. Damas y caballeros, resumiendo. A lo largo del juicio expondré los motivos por los cuales se exige que este hombre entregue su alma a este tribunal, siéndole rescindido todos sus personas por toda la eternidad. Gracias.-

Al escuchar la pena a la que me enfrentaba, me dio un vuelco el corazón. Aquello suponía algo peor que la muerte, suponía el fin de mi existencia como ser humano. No estaba dispuesto a pagar un precio tan alto por una disputa académica.

-         Ahora la defensa expondrá su alegato inicial.-

Con la confianza que me caracterizaba en cualquier confrontación intelectual, salté al escenario con determinación:

-         Damas y caballeros del jurado. La exposición del Señor González, aún siendo muy humana, adolece de una característica tremebundamente importante: la falta de fondo. En el Derecho las pruebas y la ley lo son todo, no son admisibles simples argumentos traídos desde el corazón. Verán, según el Código Civil, los contratos verbales…-
-         ¡Protesto, señoría!- Espetó Lucas con un tono que indicaba que lo esperaba.
-         Se acepta. Letrado, permítame comunicarle que en este tribunal no resultan válidos los fundamentos jurídicos. No quiero oír hablar de Constituciones, ni de Códigos ni de Leyes de arrendamientos urbanos. Limítese a los hechos.-

Al escuchar aquellas palabras ya supe que había sido derrotado. En un entorno donde primase más el sentimiento que la propia ley, Lucas tendría la sartén por el mango. Ante aquello, sólo cabría una solución:

-         Su señoría, la defensa solicita un emplazamiento del juicio, no ha habido tiempo para preparar el juicio al no haber habido notificación del mismo con anterioridad a este día.-
-         Denegado, letrado. Continúe con su alegato o siéntese.-

Todo estaba perdido: iba a perder mi alma, mi propia esencia, y todo a manos de alguien que consideraba como mi propio hermano.

-         ¿Por qué me haces esto?- Pregunté mirando a Lucas fijamente a los ojos.

Ante esas palabras, el diario de los personas volvió a abrir sus páginas en la mesa de la defensa, mostrándome la verdad:

“Lucas me pidió que le dejase  presentar ante el Decano de la facultad de la Complutense la disertación con reconocimiento de créditos “Drogas y Estado: relación amor-odio”, ya que sólo podía ser presentado por un alumno por clase. Yo no tenía inconveniente, ya tenía créditos suficientes, sin embargo, a los pocos días el Decano me llamó a su despacho. Quería que yo realizase el trabajo, dada mi gran pericia en el mundo del Derecho Penal, ofreciéndome además contactar con el decano de la universidad de Nueva York para plantear la posibilidad de una beca completa para 4 meses allí, lo cual me liberaría de la mitad de las asignaturas del curso siguiente. Al final acepté y estuve tan metido en la realización del trabajo que se me pasó comunicarle el hecho a Lucas hasta una semana después. Al entregar el trabajo fui a su casa, su madre me dejó esperarle en su cuarto; allí pude ver una carta, de parte de la academia británica de verano Ashford para futuros diplomáticos. Se hablaba de que el 75% de los que pasan por esa exclusiva academia, lograban aprobar la oposición.
Lucas llegó a los 15 minutos y se ensañó conmigo. Nunca le había visto tan enfadado. Me acusó de pisarle a él para conseguir mis objetivos y dio por finalizada nuestra amistad. Ni le vi ni volví a saber nada de él desde entonces.”

      -      Esto lo deja aún más claro. Sigo sin entender por qué…-

Justo en ese momento, la verdad se abrió ante mí, mostrándoseme en todo su esplendor:

-         ¿Qué ponía en la carta de la academia Ashford?-

Lucas sacó del bolsillo de su chaqueta aquella carta que vi en su habitación aquel día. En medio de aquel tribunal, ante la mirada atenta de los allí presentes, la cogí, la abrí y me quedé perplejo con lo escrito en aquellas líneas: no se le podía otorgar la beca para Ashford por la falta de 2 créditos de humanidades en su expediente académico. Sin beca, Lucas no podría ir, ya que a pesar de pertenecer a una familia acomodada, sus estrictos padres le obligaban a procurarse el dinero para todo.
Aquello logró destrozarme por dentro, sabía que el sueño de mi amigo, de mi mejor amigo, mi hermano, era ir a esa academia para formarse como diplomático. Los ojos se me humedecieron.

-         ¿Por qué no me dijiste nada, idiota?- Dije con la voz entrecortada por la emoción.
-         No te enteras. Si te hubiera dicho algo, habrías intentado pagarme tú la academia. Desde que te conocí hace 8 años nunca te he pedido dinero para nada, porque quería que supieses que, al contrario de los demás, estaba contigo por lo que eres. Y que tu pasases por encima mía, me destrozó.-

Ante toda la situación, no sabía cómo actuar, de modo que me acerqué a mi amigo y le di un gran abrazo.

-         Lo siento muchísimo, Lucas. No sabía nada. Te prometo compensarte como sea.-
-         No hace falta, con reconocer tu culpa ya lo has hecho.-

Ambos sonreímos y yo me dirigí al juez.

-         Señoría, lo que hice fue un acto reprobable hacia mi mejor…no, hacia mi hermano. Siempre supe que lo que le hice estuvo mal por algún motivo mayor que yo desconocía, y eso lograba inquietarme, haciéndome sentir sucio por algún motivo que yo desconocía. Pero ahora ya lo sé. Me declaro culpable de todos los cargos.-

Toda la sala se llenó de sorpresa, aunque Lucas, sorprendentemente, saltó a mi defensa.

-         Señoría, no será necesario, la acusación plantea la renuncia a la acción.-
-         ¡Orden en la sala! ¿Está seguro? Posteriormente no podrá retomar la acción.- Puntualizó extrañado el juez.
-         Estoy muy seguro, señoría.-
-         Muy bien. El acusado queda libre de todos los cargos. Caso cerrado.-

Así, de un martillazo, mi alma quedó salvada. Lucas y yo sonreímos ampliamente:

-         Toma, esto es para ti, lo dejé en tu casa una de las últimas veces que hablamos. Creo que aún no lo has abierto.-

Lucas me entregó una caja roja que, probablemente, debía contener algún tipo de joya. La abrí. Dentro se disponían dos anillos de plata:

-         Los compré para María y para ti por vuestro aniversario, pero como después de vuestra ruptura no sabía qué hacer con ellos, los dejé en tu habitación.
-         Gracias, amigo.- Dije con los ojos humedecidos por la experiencia.
-         Ella es única, no la dejes escapar.-

De repente, el mundo entero cambió a mí alrededor, siendo las imágenes de los allí presentes borradas y reemplazadas por otras. Tuve el tiempo justo para abalanzarme sobre el diario de los personas y evitar que desapareciese. Así, las paredes del juzgado fueron arrancadas y volaron dando paso en su exterior al exclusivo y lujoso club de campo donde mis padres pasaban las tardes muertas de los domingos entre ricos pretenciosos y políticos pedantes.

Era principios de verano y la víspera de mi viaje a Nueva York donde, en teoría, iba a formarme en las artes del Derecho Penal en casos específicos. Ese día había fiesta en el club de campo para recaudar fondos, cuyo objeto no era otro que el de vaciar los bolsillos de los allí presentes con un pretexto aceptable. Yo no me encontraba en aquel momento en la fiesta, pero Nanako sí. Mi preciosa hermanita Nanako.

Mis padres adoptaron a Nanako cuando está tenía 3 años. Por fuera parecía que adoptaban a una niña japonesa por solidaridad, pero por dentro en realidad lo hacían para parecer más “progres” que nuestros vecinos los García, los cuales tenían dos niños sudamericanos y una Coreana. A mi no me importaba lo más mínimo el motivo, era estupendo tener una niña como Nanako en la casa, siempre sonriendo, mostrándose amable y haciendo lo posible por ayudar en casa pese a las reticencias de mi madre.

Siempre que mis padres no la escuchaban, me llamaba "Oniisan"[1] y me cogía de la mano. Me seguía a todas partes y era muy graciosa e inteligente para su edad: con 9 años ya leía asombrosamente rápido y hacia operaciones matemáticas grandes sin usar los dedos.
Por desgracia, no todo el mundo veía a Nanako con los mismos ojos que yo. Las niñas de su edad se metían con ella por ser de origen Japonés y la llamaban “pescado podrido”.

Muchas veces, aunque pasara algo malo en el colegio, ella volvía con una sonrisa en los labios, sólo para no preocuparme, aunque al final siempre conseguía sacarla la verdad. La consolaba y la daba consejos que, por lo general, la ayudaban. Pero justo el día que más me necesitó no pude ayudarla.

De repente, divisé a Nanako cerca de la piscina, la cual estaba con el covertor puesto para evitar que se llenase de porquería. Ella estaba huyendo de unas niñas que la insultaban y la perseguían. La llamaban “pescado podrido” y la empujaban. Nanako estaba preciosa con su vestidito rosa, no podía comprender como a algo tan bello podían martirizarlo tanto. Mis padres estaban unos cuantos metros más allá, hablando con un político de derechas amigo de la familia, sin percatarse de que su retoño estaba siendo increpado.

Me acerqué más para intentar hacer algo cuando, de repente, oí que alguien hablaba cerca de mí:

- La pálida muerte con golpe imparcial llama a la puerta de los pobres y a los palacios de los reyes.-

Esas palabras sonaron a mi derecha procedente de una mujer de tez blanquecina y largo pelo negro, de aspecto muy atractivo, ataviada en un traje igualmente negro, mientras daba vueltas en el aire a una moneda y miraba hacia Nanako.
Entonces me di cuenta, ella era la tercera carta: la muerte. El enemigo último de todo ser vivo.

-         Por favor, no te la lleves.- Dije dirigiéndome a ella.
-         Te aseguro que no lo hago por gusto, chico, odio tener que llevarme a niños y a gatitos por igual. Pero, ya sabes, soy parte de la vida.-
-         Por favor, haré lo que quieras, pero…-

Antes de que pudiese terminar mi frase la fría dama lanzó su moneda hacia el aire, a la vez que pude oír cómo revoloteaban las páginas del diario de los personas tendido en el suelo cerca de mi.

“Estaba tan ocupado organizando el viaje, que no pude atender las necesidades de Nanako. Al día siguiente iba a ver a las niñas del club de campo y quería saber cómo podía defenderse. No la hice caso, y pagué un precio muy alto por ello.”

Pude observar cómo Nanako estaba al borde de la piscina, corriendo por el suelo resbaladizo, y decidí actuar: salté hacia la moneda que la dama de la muerte había arrojado e intenté cogerla antes de que tocase el suelo y se decidiese la suerte de mi hermanita. Mientras, el diario de los personas seguía escribiendo:

“Si Dios existe, ¿por qué no evitó que Nanako resbalase? ¿Por qué no convirtió en inmaterial el covertor de la piscina? ¿Por qué no hizo que alguien oyese el chapoteo desesperado de sus bracitos en el agua? Sin embargo, Dios tuvo que hacer que fuera precisamente yo el que, recién llegado a la fiesta, buscase a Nanako, terminase desenroscando su cuerpecito del covertor y la sacase finalmente de la piscina sin vida.
Todos congregados alrededor de mi hermanita muerta y mi cuerpo fuera de sí llorando y gritando. Nadie se atreve a decir una palabra, excepto el cura: todo ocurre por un motivo, hijo. Ojalá bajase Dios frente a mí y me explicase la razón de quitarle la vida a la niña de 9 años más pura y bondadosa del planeta.”

Así el cuaderno terminó de escribir y yo conseguí coger el objeto en el aire, justo para comprobar que aquella moneda lanzada por la parca era de dos caras. De repente me sentí impotente, inútil y desgraciado. Una segunda oportunidad perdida. No tuve fuerzas para levantarme del suelo, simplemente observé la escena de mi yo pasado con su hermanita muerta en los brazos y mi yo actual tendido en ese césped, ambos llorando por nuestra impotencia.

-         Chico, espero que esto te enseñe que ni siquiera yo tengo la capacidad para decidir quién vive y quién no. Ahora debo dejarte, tengo que prepararlo todo. El próximo Septiembre voy a tener mucho trabajo. Adieu!-

Mis lágrimas me nublaron la vista, haciendo desaparecer poco a poco la terrible escena.
Cuando me sequé los ojos me encontré a solas de pie enfrente de la tumba de Nanako, el día de su funeral. Era la primera vez que la veía en el ataúd, con sus ojos cerrados como si estuviera durmiendo. El diario de los Personas, en el regazo de Nanako, se abrió una vez más:

“Pasé un par de días sin comer, a pesar de que me iría de viaje en otros dos más. El funeral de Nanako se celebraría tres días después de mi partida y tenía que ser a lo grande, por supuesto. Mi madre quería que hasta en los funerales se distinguiera su exquisito gusto por la decoración y la elegancia.
Al contarles a mis padres el hecho de que quería quedarme para su funeral, se negaron en rotundo. Yo debía irme a Nueva York, le había costado a mi padre 4.000 dólares y muchos favores el hecho de que yo pudiera ir, y no iba a tirarlo por la borda ni enfadar a sus socios. Eso fue lo que me dijo. Mi furia fue en aumento, pero no pude hacer nada. A tres días del funeral de mi querida hermana, tuve que coger mi mochila y mi maleta e irme a Nueva York. Creo que fue justo en el instante en que el avión despegó del suelo que mi alma se rompió en pedazos, volviéndose corrupta e irrecuperable. Ni el mejor de los adhesivos podría volver a unirla.”

Al verla en aquella habitación de roble, con su precioso vestido blanco y rosa, me asaltaron muchos recuerdos. Tuve que reprimir mis ganas de llorar. Yo estaba allí por un motivo, para decirla no sólo a ella, sino también a mi mismo, una verdad que me liberaría:

-         Nanako. Pensé que debía estar aquí el día de tu funeral para pedirte disculpas, pero ahora me doy cuenta de que tenía que perdonarme a mí mismo. Por algún motivo, tuviste que irte de mi lado ese día. Seguro que estés dónde estés miras todo lo que hago aquí abajo y velas por mí como un ángel, ¿verdad que si?-

La cogí de la mano. Era la primera vez que notaba su mano tan fría, siempre las tenía calientes cuando nos las cogíamos. Unas ligeras lágrimas cayeron encima de su vestidito.

      -    Tu no querrías verme así, ¿verdad Nany? A partir de ahora sonreiré, aunque sólo sea por ti. Para que me veas feliz desde tu nube ahí arriba y no te preocupes por el desastre de tu hermano. Te lo prometo. Sayonara, Nana-chan.-


Sin tener más que decir, cerré el diario de los personas y deposité la moneda de la parca entre sus manos, cruzándolas sobre su pecho. Unos segundos en silencio después, comenzaron a sonar los lentos pasos de alguien en el suelo de mármol. Era la anciana de la sala del terciopelo azul.

-         Bien hecho, joven.-
-         Buenas tardes, señora.- Dije con una sonrisa en los labios, secándome las lágrimas.
-         Vaya, tu aura ha cambiado, sin duda has vuelto a recuperar tu verdadero ser.-
-         No, no lo recuperé. Siempre estuvo conmigo.-
-         Bueno, bueno, me alegra el corazón escuchar tus palabras. Ahora bien, no podré creerlas hasta que me muestres la carta.

La anciana debería referirse a las cartas que me entregó en aquella monocromática sala: el enamorado, el juicio y la muerte. Metí la mano en el bolsillo para sacarlas pero, en lugar de las tres cartas, sólo encontré una que no tenía nada que ver con las que me entregó.

-         Ah, ahí está. La carta El Mundo, la ventana a la eternidad. Al reencontrar tu verdadero yo te has redimido y has conseguido vencer tus miedos convirtiéndolos en esta carta, la cual nos recuerda que en la redención lo esencial es la obra que conduce a la meta.-

Había conseguido mi objetivo. No volvería a ver mi vida de la misma manera. En realidad todo lo que hice fue repasar los acontecimientos importantes para saber dónde había fallado. Supongo que muchas veces, cuando uno se encuentra perdido, es justo lo que necesita: volver la vista atrás y recordar que aún queda mucho camino por delante.

-         Has recuperado tus personas y, por ello, te has ganado el derecho a volver. Eso es todo lo que yo puedo hacer, el resto depende de ti. Adiós, joven.-

Con un ligero golpe de su bastón en el suelo todo el entorno se fragmentó y desapareció, quedándonos ella y yo rodeados por todos mis seres queridos en medio del vasto océano, posados encima del agua, rodeados totalmente por el intenso azul del cielo y del agua. Esa imagen no hizo más que hacerme sonreír con una naturalidad que ya creía olvidada.








[El relato acaba la semana próxima. No te pierdas el final de esta onírica aventura...]



[1] “Hermano”, en Japonés

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