domingo, 1 de mayo de 2011

El diario de los Personas. Capítulo 3: mi final, su comienzo.


Tras la reconfortante imagen desperté, levantando poco a poco las pestañas para encontrarme en la cama de un hospital. Al final resultó que me había desmayado por agotamiento en el parque Paradiso y había sufrido una tremenda fiebre durante varios días. Víctima de un extraño virus, los médicos llegaron a pensar que no saldría de esa. Nada más despertar pude ver, en mi regazo, el diario de los personas, en el que se detallaba con mi propia letra todo lo que había pasado en mi peculiar viaje. Las enfermeras me comentaron que me dedicaba a escribir en los pocos ratos que estaba consciente. Al día siguiente de despertar, me dieron el alta. Vino a recogerme una de nuestras criadas. Me vestí con las ropas que ella me trajo, cargué mi mochila y dejé el diario de los personas encima de la cama del hospital. Quizás lo escrito en él pudiese ayudar a alguna a otra persona a alcanzar la verdad sobre sí misma.

Lo primero que hice al salir del hospital fue contactar con Lucas y María para comunicarles la muerte de Nanako. Les perturbó el hecho de que no se lo contase “ipso facto”, pero conseguí convencerles de que nos viésemos en la  capilla del cementerio para visitar la tumba de Nanako y darle un último adiós. Tuve especial suerte con María, quién había vuelto a Madrid para poner en orden ciertas gestiones antes de irse a vivir a Nueva York durante el curso entero.

De este modo, acabé una mañana de sábado en el cementerio donde estaba enterrada Nanako. Llegué media hora antes de la cita a la capilla, dónde encontré un gran órgano. Allí mismo, y con la sala del terciopelo azul en mente, toqué la canción que transcribí el primer día que llegué a casa del hospital. Cada nota de esa canción me hacía rememorar mi viaje al autodescubrimiento personal.

-         Es bonita, ¿Cómo se llama?-

La voz pusp fin a la música que emanaba de mis dedos, haciéndome girar hacia la fuente del sonido. Era Lucas.

-         The Poem for everyone´s souls[1].-
-         Siempre se te dio bien la música.-

Se mostraba reacio a acercarse más pero yo, en cuanto lo vi, me levanté de la butaca y fui hacia él. Una vez frente a frente, aún sin saber cómo reaccionar, mi cuerpo se adelantó y le dio un fuerte abrazo.

-¡Guau! ¿Pero a ti que te pasa? No me has dado un abrazo desde… nunca me has dado un abrazo.-
- Lo siento. Lo siento muchísimo. No tenía ni idea de que necesitabas esos créditos para la academia Ashford.-

Pude ver cómo el rostro de Lucas se llenaba de perplejidad.

-         En serio, ¿qué te pasa? ¿Esa fiebre te ha afectado al cerebro?-
-         La academia Ashford era muy importante para ti, y te juro por Dios que prometo compensarte por…-
-         ¡Para, para, para! No tuviste tú solo la culpa. No tienes que compensarme por nada. La empresa de mi padre abrió hace poco una sucursal en Reino Unido, así que pude pagar la academia trabajando los fines de semana. Me he pasado el verano allí, volví hace una semana.-

Aquello me llenó de alegría, supongo que ni siquiera la parte más oscura de una persona puede competir con los sueños de su parte más pura.

-         ¿Y cómo no me dijiste nada? El tozudo en esta relación soy yo, no tú.- Pregunté extrañado.
-         Me sentía mal por haberte dicho esas cosas horribles. Tú siempre has sido como un hermano para mí y sentí como si no tuviera derecho a hablar contigo. En el fondo temía que me rechazaras. Aunque, claro, de haber sabido lo de Nany, ni un tsunami me hubiera detenido de haber estado a tu lado.-

Consciente de haber tocado un tema espinoso, me consoló con una mano en el hombro.

-         Gracias, Lucas.-
-         Estás muy raro, ¿lo sabías? No pareces tú.-
-         Ahí te equivocas. Ahora más que nunca, soy yo.-

Ambos sonreímos y charlamos vagamente durante un rato hasta que caímos en la cuenta de que alguien nos observaba desde el umbral de la puerta. Era María. Estaba más preciosa que la última vez que la vi, si cabe. Se acercó poco a poco con los brazos cruzados a donde nos encontrábamos, yo hice lo mismo hacia ella:

-         Qué conste que he venido sólo para decirle adiós a Nany, no para conversar con el prepotente de su hermano mayor. Hola, Lucas.-

Lucas la saludó con la mano. Sus palabras no me afectaron, es más, las recibí con agrado. Era justo lo que me merecía.

-         ¿Prepotente?- Dije con una sonrisa.
-         Si…- dijo ella contrariada por mi reacción.- Y me quedo corta, pero a pesar de ser una “vulgar atea” no digo tacos en lugares sagrados.

Nos quedamos el uno enfrente del otro.

-         Entonces permíteme que yo las diga por ti. Fui un imbécil, un cretino insensible, un machista,… un auténtico gilipollas, vamos. De libro, además. Tendrían que habilitar una cátedra sólo para estudiar mi estupidez.-

María me miró de arriba abajo, luego miró a Lucas al fondo de la sala y después volvió a mirarme de nuevo. Su cara era un auténtico poema.

-         ¿Qué te pasa? ¿Esa fiebre te ha afectado al cerebro?-
-         No eres la primera que lo pregunta.- dije sonriendo.-

La descrucé los brazos y la cogí de las manos. Ella estaba tan sorprendida que no le importó.

-         Escucha, María. Lo siento mucho. Este año he perdido un montón de cosas: te perdí a ti, perdí a Lucas y definitivamente he perdido a Nanako. Y de lo único que me culpaba era de la muerte de Nanako, cuando resulta que era lo único sobre lo que no tenía control. Me he dado cuenta de que no quiero perder nada más, ni a ti ni a Lucas.-

Ella sonreía débilmente, apuesto que ni en sueños esperaba de mi una reacción tan sentimental.

-         No te voy a hacer falsas promesas diciéndote que todo será distinto, eso ya es un hecho. Te pido que me perdones por no haberte tratado con el respeto y el afecto que te mereces.-
-         Guau, lo has vuelto a conseguir. Me has dejado sin palabras.-

Hinqué una de mis rodillas en el suelo, saqué la caja roja mientras le guiñaba un ojo a Lucas y miré a María directamente a los ojos:

-         María Muñoz. ¿Harías el honor de hacerme tu novio a distancia?-

Ella no quiso hacerlo, pero no pudo evitar sacar una enorme sonrisa.

-         ¿Tan irresistible te crees que sólo por pedirme perdón y darme un anillo voy a caer en tus brazos? ¿Así sin más?-
-         Si. La verdad es que si.- Respondí con deliberada arrogancia.

Ella rió dulcemente. Justo en ese momento, supe que me había perdonado.

-         Eres un idiota. Pero eres mi idiota.- Dijo suavemente.

Así ella me levantó del suelo, me dio un beso en la mejilla y me abrazó con fuerza.

-         Me conformo con eso, de momento.- Dije con sarcasmo.

Ella me golpeó el estómago, en señal de complicidad. Lucas se acercó hasta nosotros aplaudiendo.

-         Bueno, creo que ahora estamos en condiciones de ir a ver a Nany.- Dijo mi viejo amigo.

Los dos asintieron, salimos de la capilla y nos dirigimos, bajo el sol matutino, al lugar donde estaba enterrada Nanako. Su tumba se encontraba debajo de un gran roble, precisamente por iniciativa mía. A ella le encantaba subirse a los árboles. De hecho, aquella fue la única cosa relacionada con el entierro en la tuve algo de voz.

Una vez allí, pusimos una foto de los cuatro juntos en navidades, flores y unos palos de regaliz rojo, sus favoritos. María me sujetaba del brazo derecho mientras Lucas me tocaba el hombro izquierdo.

-         Mira, Nanako, tus tres hermanos mayores están aquí.- Dije sonriendo mientras miraba su foto con los ojos humedecidos.
-         Igual que el día en el que fuimos de camping a mirar las estrellas.- Siguió María.
-         Igual que el día en el que jugamos a las pistolas de agua en el jardín de tu casa.- Terminó Lucas.

Los tres nos quedamos un rato en silencio, sin saber qué decir, mientras el viento mecía ligeramente las hojas del gigantesco roble y las flores de su tumba.

-         Era muy joven.- dije al rato.- Pero al final he comprendido que era demasiado buena para este mundo. Ha vuelto de dónde nunca debió bajar. Me consuela saber que al menos…-
-         Siempre estará con nosotros.- dijimos los tres al unísono.

Los tres reímos ligeramente por la coincidencia. Fue un gran día. Debajo del roble, rodeado por María y Lucas, pude sentir que nunca más volvería a estar solo; porque ellos dos siempre estarían conmigo, aún cuando se fueran lejos temporal o definitivamente. Estoy seguro de que ellos sintieron lo mismo. Fue como una corriente que nos sacudió a todos.

Sé que ese día Nanako nos estuvo observando, orgullosa de nosotros. Estuviera dónde estuviese.

Así llegamos al día de hoy, en el que ese diario ha sido conducido a manos de una persona que quizás necesite redescubrir su verdadero ser:

-         Disculpe, ¿es amiga suya una mujer morena de pelo corto y traje gris?- me pregunta una de las dependientas del Starbucks.
-         Si, es mi empleada, Teresa.-
-         Creo que debería salir un momento.-

Preocupado, salgo del Starbucks para encontrarme una escena horrible: Teresa ha sido atropellada por un camión de reparto, dejando un rastro de sangre por todas partes. Con ademán veloz me pongo a su lado, tapando como puedo las heridas con mi chaqueta de Armani.

-         ¡Rápido, llamen a un hospital!- grito con fuerza.
-         Ya he llamado, pero tardarán unos 15 minutos por un atasco en Gran Vía.- Consigue decir el conductor del camión, atacado por los nervios.

Maldiciendo el tráfico matutino de Madrid observo con sorpresa que el diario de los personas está a su lado. Lo abro y compruebo que hay algo escrito:

“¿Quién será esa extraña mujer? He de encontrarla. Hay algo que me incita a ello. Una extraña intuición que me dice que ella tiene las respuestas a todas mis preguntas…”

Entonces me doy cuenta de que aquella mujer, al igual que yo 10 años antes, está realizando un auténtico viaje de descubrimiento personal. No me separaría de ella hasta que lo superase, para bien o para mal.

Así, acerco mi boca a su oído, con ademán susurrante:

-         Teresa, cuando no sepas quién eres, escucha a tu alma. En los versos de su poema encontrarás tu verdadero yo.-



 



[Dedicado a mi primer y supremo gran amor. Ha estado ahí desde el principio y estará conmigo, aunque sea en pensamientos, hasta el final. Aquella a la que siempre quise, quiero y querré. ¡Feliz día de la madre!]


[1] El poema para todas nuestras almas