Apoyado junto al ventanal, sintiendo en mi piel su frío
tacto, miro al gris exterior: gotas cayendo con sonoro tesón en el jardín,
golpeando los restos del parquecito en el que tú y yo solíamos jugar en las
numerosas ocasiones que venías a visitarme.
Mí juguetona Tina: con el paso de los años cada vez he ido
olvidando más y más tu rostro. El tiempo no perdona siquiera a los recuerdos,
los cuales fluyen estancados en mí, como la corriente de un río obstruida por
un molesto peñasco. La desaparición de mis seres queridos no ayuda a este
respecto, haciéndome sentir como si fuera el único actor vivo de una película
de cine clásico.
Pero ahora estoy aquí, Tina, he vuelto al pueblo después de
todos estos años tras la muerte de mis padres para dar uno de los conciertos
más importantes de mi vida, todo gracias a tu sobrino. Estoy emocionado. La
idea de volver a verte me llena de un júbilo e impaciencia propia de un niño el
día de nochebuena.
Separándome del frío vidrio, me percato con sorpresa de la
ligera fotografía que sostiene mi mano izquierda. Mirándola con la extrañeza de
no recordar cómo ha llegado hasta ahí, la observo detenidamente, inundándome la
vista con los colores de la escena veraniega que me proyecta, en la que
aparecemos tú y yo. Se trata del verano en el que, acabado el instituto, me
marché a la gran ciudad para estudiar en el conservatorio.
Intentado no hundirme en los recuerdos, decido no perder más
tiempo en divagaciones y me dirijo al piano para un último repaso del repertorio que deberé
presentar ante la audiencia, dejando la foto encima del mismo.
Al sentarme en la suave butaca del piano, dejar caer mis
dedos sobre el frío marfil y mirar hacia arriba me encuentro cara a cara con la
foto de nuevo; tu rostro sonriente en la misma dispara, de forma inexplicable,
una frase en mi interior:
“¿Tocamos juntos?”
Ante el recuerdo de esa frase en mi interior, los dedos de
mi mano derecha tocan, por voluntad propia, un acorde familiar, que no logro
identificar, destacándose por ser un sonido rítmico, ni demasiado rápido, ni
lento, ni agudo, ni grave.
“Este sonido lo he escuchado antes”, me dice mi cerebro. “No
querrías recordarlo”, me dice mi corazón.
Sé que es relevante para mí, pero la sensación que recorre
mi cuerpo es un contraste entre la curiosidad por saber de dónde procede aquel
sonido y el no querer hacerlo por algún motivo.
Antes de poder continuar la melodía con mi mano izquierda,
la alarma de mi móvil suena, advirtiéndome de que he de partir hacia el
concierto.
Levantándome con paso apresurado me dirijo hacia la puerta,
no sin antes mirar, por última vez, la imagen del piano con aquella foto
encima, con ademán de desearme suerte en mi empresa.
Encaminándome hacia mi destino, con el repicoteo de mis
zapatos en los adoquines del suelo y la fina lluvia como mis únicos acompañantes,
no paro de pensar en las notas que acababa de tocar. ¿De dónde procedían? ¿Por
qué tengo esa sensación de no querer una respuesta a esa pregunta?
El piano ha sido mi vida entera, mi única ocupación, mi
único amante, mi única familia desde que la mía falleció. En todos estos años
no me ha venido a la mente un acorde así, ¿por qué ahora?
Mi tozuda Tina: si pienso en el piano, pienso en ti.
Aún recuerdo la primera vez que te vi tocarlo. Mi estrechez
de miras fue lo que me hizo sorprenderme cuando descubrí que tú, una niña a la
que la gracia divina le había negado el don de la vista, tocaba con una
habilidad digna de los grandes maestros. Todos te dijeron que serías incapaz,
pero tú, como siempre hiciste, les demostraste que estaban equivocados.
- “¿Tocamos juntos?”-
Sí, ahora lo recuerdo. Esa frase la decías a menudo. Aún así
no explica el por qué me viene a la mente ese extraño acorde. ¿Acaso tiene que
ver contigo? ¿Es una canción que tocamos juntos?
Mi paciente Tina: a pesar de mi falta evidente de
coordinación para la música, tú no cejaste en tu enseñanza. Siendo un año
menor, demostrabas una paciencia digna de un viejo sabio hacia aquel muchacho
de 7 años que navegaba erróneamente a través de las teclas negras y blancas de
aquel instrumento. Tocar juntos se convirtió en una actividad habitual para
ambos y, pasados los años, yo componía canciones y tú las tocabas. Mentiría si
no dijese que fue mi afán por impresionarte lo que me llevó a estar horas y
horas superando mi frustración hasta tocar las teclas correctas.
Entre divagaciones varias llego a mi destino. Subo las
escaleras de aquella vieja casa y llamo con los nudillos. Una mujer de mediana
edad me saluda con una sonrisa y me hace pasar. No necesito que me dirija,
desde mi más tierna infancia he conocido la estructura de esta casa como si
fuera la mía propia. En el salón, un gran número de gente espera paciente en
sus sillas enfrente y alrededor del mastodóntico piano de cola que, con la
elegancia digna de una majestuosa ave, se sitúa en el centro.
Sin mediar palabra, y no teniendo más ojos que para el piano
que tantos buenos momentos me proporcionó con mi vieja amiga, me siento.
Entonces, ocurre.
El tacto de la butaca de piel, la peculiar forma del relieve
del piano visto desde el frente, el olor de la madera,… aunque no es sólo estos
detalles lo que me hacen recordar, sino la imagen que se extiende más allá de
esta habitación. Desde el ventanal puedo divisar el patio trasero, en el que se
encuentra el embarcadero.
Mi amada Tina: ahora lo recuerdo. Lo recuerdo todo.
Empiezo a tocar los acordes de esa canción. Empiezo a tocar
“hacia la luna”.
Mi mañosa Tina: mientras toco en tu casa la canción que te
compuse hace tantos años, los recuerdos comienzan a fluir en mí. Como si de un
croma de cine se tratase, el exterior del embarcadero cambia y nos veo a ti y a
mi en la oscuridad de la noche, bañados por la luna llena y las múltiples estrellas
que la guardan.
-
Las estrellas son tan brillantes esta noche…-
Dice el joven.
-
¿En serio? Ojalá pudiese verlas.-
Ante el comentario, el joven se da cuenta de lo errado de su
comentario. Sin embargo, a los pocos segundos se pode de pie, lleno de determinación:
-
¡Yo haré que veas la luna, Tina! ¡Crearé una
canción que hará que te sientas como si la estuvieses viendo!
-
Ayer le dije a mi madre que quiero ser pianista
profesional. Si me creas una canción, podría usarla para los exámenes de acceso
al conservatorio.-
El silencio se apodera de la escena mientras el joven se
toma unos momentos para pensar.
-
¡Qué buena idea! ¡Yo también iré al
conservatorio! Así yo podré ser compositor y tú tocar las canciones.
Los dos jóvenes sonríen ante la idea.
-
Entonces, ¿Tocamos juntos?- Pregunta la
muchacha.
-
Tocamos juntos, Tina.-
Mi resplandeciente Tina: a unos meses de poder realizar las pruebas
de acceso al conservatorio, tu luz se extinguió por la imprudencia de un conductor
borracho. Ahora yo creo obras para mí mismo, sin que tú puedas tocarlas.
Sin embargo, me gusta pensar que estás conmigo a cada concierto que doy.
Me gusta pensar que, durante los escasos minutos que dura cada canción, seguimos aquí, en esta butaca, tocando juntos.