lunes, 25 de abril de 2011

El diario de los Personas. Capítulo 2: Mi camino andado


-         ¡Es un colgante precioso, de verdad! Ahora me toca a mi, aquí tienes. ¡Feliz aniversario, cariño!

De repente me encontré en una colina enardecida por un césped de color verde intenso, alumbrada por un resplandeciente sol y un cielo azul sin una sola nube. Aquella era una escena que no habría podido olvidar aunque hubiese querido: hacía un año que comencé a salir con María, la que ya por aquel entonces consideraba la mujer de mi vida. Yo la conocía de vista de mi primer año de Derecho en la universidad Complutense de Madrid, aunque por aquel entonces ni siquiera nos saludábamos. No fue hasta el año siguiente, en la que ella abandonó Derecho para perseguir su sueño de ser actriz, en el que coincidimos en un curso de oratoria que ofrecía la universidad y hablamos por primera vez.
Desde el primer momento congeniamos y, entre unas cosas y otras, llegamos a un año. La verdad es que el tiempo siempre pasa volando cuando estás enamorado:

-         Vamos, ¡ábrelo!- dijo impaciente.

Desempaqueté rápidamente el objeto para encontrarme con el mejor regalo que me han hecho jamás: el volumen 1 de “Bebop & Bird” de Charlie Parker, un disco casi imposible de encontrar.

-         ¿Sorprendido? Mi abuelo también es fan del Jazz y me comentó una tienda especializada en Malasaña y, mira por dónde, lo tenían. ¡Además nuevo!-

Intenté rememorar los sentimientos que me provocó tamaño regalo aquel día, pero no logré encontrar nada en mi interior. Era como si, además del rostro, hubiera perdido también el corazón. Ella me miraba, expectante a mi respuesta. No la había, no cabía ninguna siendo incapaz de articular palabra. En ese momento, una ráfaga de viento levantó las páginas del diario tendido a mi derecha en el césped, permitiéndome observar la verdad de lo acontecido:

“Y tras ese gran regalo, me aguardaba otra gran sorpresa: María había obtenido una beca completa para estudiar en una escuela de arte dramático en Nueva York el curso que viene y había decidido aceptarla. La emoción que mostraba me llenó de indeseable ira, ¿de verdad pretendía irse sin más dejándome sólo? ¿Ni siquiera iba a preguntarme mi opinión al respecto? Ella me miraba con sus brillantes ojos, expectante, esperando una respuesta por mi parte…”

Tras leer esa realidad, rememoré toda la escena, levantándome del césped y desdoblándome en dos yo: mi yo con rostro hablando con la muchacha y mi yo sin rostro observando la escena como un tercero imparcial.

-         ¿Acaso no te alegras por mí?- Preguntó ella después de escuchar mis reticencias.
-         ¡Oh, claro que si! Es estupendo, María. Pero como ya te he dicho olvidas el hecho de que estaremos en países distintos. Prácticamente estás rompiendo conmigo.- Argumentó mi yo con rostro, visiblemente enfadado.
-         ¡No estoy rompiendo contigo! Simplemente necesito que me apoyes. Es una oportunidad muy grande para mí…-

Viéndolo desde aquel punto de vista, mi yo sin rostro comenzó a compadecerse de mi yo con rostro; este último se comportó de manera pueril e insegura. Mientras, el diario de los personas seguía escribiendo verdades:

“Y es que experimentar el amor puede suponer experimentar así mismo la vida y la muerte. El amor da la vida y la mata al mismo tiempo. Perderse en el amor puede suponer perderse en la muerte.”

-         ¿Pues si tan inseguro te sientes por qué no lo dejamos y ya está?-
-         ¡Por mi vale!- Suelta mi yo con rostro sin pensar.
-         ¡Pues vale!- Suelta ella también sin pensar.

Tras esas declaraciones, ninguno sabía cómo continuar, de modo que simplemente se miraron a los ojos y se alejaron con reticencia el uno del otro. Ella colina arriba, hacia el cielo, y yo colina abajo, hacia el infierno. Mi yo sin rostro lo observaba todo apesadumbrado, empezando a experimentar cierta sensación de pérdida. No podía saber si aquello era bueno o malo ¿acaso aún tenía algo que pudiese perder?

Y el diario seguía describiendo mi ruptura interior mientras mi yo sin rostro la veía marchar:

“A partir de ese día, cortamos toda relación. Ambos éramos demasiado orgullosos para dar el primer paso y disculparnos. Mis padres se alegraron mucho de la ruptura, nunca les gustó María, era demasiado “working class”, además de atea. Al menos Nanako me hizo recordar lo bueno que había en ella;  siempre se habían llevado bien y se hacían regalos continuamente: si Nanako le regalaba una pulsera, María le compraba un cuento infantil. Supongo que María intentaba suplir el hecho de que era hija única.
En el segundo trimestre del año me enteré por Lucas que ella se había ido a Nueva York antes de lo previsto, de modo que me las ingenié para hacer unos cursos de verano en la misma ciudad que ella.
Y así, tras perder algo muy importante para mí antes de mi partida y sin poder despedirme de nadie, pasé un par de meses en Nueva York. Si dijera que no lo hice por ella, mentiría, aunque tampoco tuve intención de buscarla. Hasta que un día mi camino se cruzó con el de ella por casualidad. De todos los Starbucks de toda Nueva York, precisamente me la encontré en el que estaba cerca de mi universidad, trabajando en el mostrador. Pude advertir que aún llevaba el colgante de platino que yo la había regalado y la pulsera que Nanako le hizo.

Entonces lo supe, no me comporté como yo mismo. Me dejé llevar por los vicios de los celos y las inseguridades y había perdido una de las cosas más importantes de mi vida. Y ya no me merecería siquiera el placer de mirarla. Ni entonces, ni nunca. Ese sería mi castigo.”

De haber tenido ojos, hubiera llorado, de haber tenido boca, me hubiera disculpado, de haber tenido el valor suficiente para ser yo mismo, no la hubiera perdido. Mi yo sin rostro recogió el diario y salió corriendo detrás de ella hasta la cima de aquella verdosa colina parándose en medio para evitar su marcha. Ella me reconoció al instante, aún sin cara. Eso me llenó aún más por dentro y simplemente la abracé, demostrándola que lo sentía, que todo fue culpa mía, que la quise entonces y la seguía queriendo. Entonces, ella susurró unas palabras:

-         Yo soy tú y tú eres yo. Recibe lo que siempre fue tuyo.-

Y con esas palabras, ella estalló en un montón de plumas blancas que cayeron lentamente al verdoso suelo. A mis pies, cubierta por las plumas descendentes, se disponía una máscara con mi cara. La recogí y me la puse sin pensármelo dos veces. Una vez puesta, pude notar la calidez de mi sonrisa y la humanidad de las lágrimas cayendo por mi rostro.

Al cabo de un momento, pude comprobar con desconcierto que detrás de mi se mostraba una puerta doble de madera, sujetándose en la nada. Decidí abrirla y traspasarla sin mirar atrás, cerrándose esta una vez crucé el umbral.
Me encontraba en medio de un juicio. Recordaba ese sitio, era el tribunal dónde realicé mis prácticas en Nueva York. La sala estaba abarrotada de gente conocida; mis propios padres se encontraban en el tribunal del jurado junto a algunos de mis profesores.

-         Letrado, ocupe su sitio.- Dijo el juez con voz solemne.

Me acerqué no sin temeridad al estrado, pudiendo observar que el único sitio libre era en la mesa de la defensa, mientras que en la parte acusadora se encontraba, para mi sorpresa, un viejo conocido.

-         ¿Lucas? ¿Qué haces aquí?-
-         Nunca te enteras de nada, ¿verdad “amigo”?- Dijo con pretenciosa sarna
-         ¿Esto es por lo de la disertación? Si es por eso, yo…-
-         ¡Letrado!- Dijo el juez con tono firme.- Haga el favor de ocupar su sitio, no tenemos todo el día.-

Con ademán abatido me senté en el lugar de la defensa, dejando el diario encima de la mesa. Sin duda, todo esto debía ser obra de la segunda carta: el juicio.

El juez, un individuo negro con barba blanca y calva reluciente, dio un martillazo, comenzando así la sesión:

-         Se inicia el juicio contra el condenado número 6.666.666.661. Se le acusa de alta traición hacia un ser en inferioridad de condiciones provocándole un grave perjuicio profesional ¿Cómo se declara el acusado?
-         Su Señoría, no he entendido los cargos.- Dije totalmente contrariado.
-         ¿No entiende el delito de traición, letrado?-
-         No, señoría, lo que no entiendo es contra quién se especula que propicié un perjuicio.-
-         Mire a su derecha, letrado.-

Tal y como me dijo el juez miré a Lucas. No podía creer que mi mejor amigo me llevase ante un tribunal por un asunto tan nimio; además, no tenía ni idea de qué perjuicio pude haberle provocado. Ahora bien, si a eso quería jugar, que nadie dijera que yo no apostaba.

-         Me declaro inocente, su señoría.-
-         Bien. Escuchemos el alegato inicial de la parte acusadora. Señor González, por favor.-
-         Gracias, su señoría.-

Lucas se levantó y se dispuso en medio del tribunal para soltar su arenga. Como pelirrojo, era un orador pasional, por lo que sus fundamentos siempre se basaban más en la emoción que en las pruebas concretas. Gracias a eso, siempre estuve por encima de él.

-         Damas y caballeros del jurado. Quédense con que este hombre, el día 10 de Junio de 2001, decidió destrozarme la vida premeditadamente. Quédense con que este hombre, faltando vilmente a su palabra, publicó una disertación en la universidad que dispuso que todo mi trabajo fuera obsoleto, provocándome un grave perjuicio académico. Quédense con que este hombre, al que solía considerar mi amigo, fue capaz de pisotearme con tal de satisfacer sus propios fines egoístas. Quédense con la forma del corazón de este hombre, retorcido y pútrido a más no poder, que no fue capaz siquiera de disculparse ante tal crimen. Quédense con la forma de este hombre, que es el de la arrogancia personificada…-
-         ¡Protesto, señoría! Está incurriendo en injurias hacia mi persona sin justificación.- Solté con plena confianza.
-         Se acepta. Por favor letrado, resuma su postura.-
-         Por supuesto, su señoría. Damas y caballeros, resumiendo. A lo largo del juicio expondré los motivos por los cuales se exige que este hombre entregue su alma a este tribunal, siéndole rescindido todos sus personas por toda la eternidad. Gracias.-

Al escuchar la pena a la que me enfrentaba, me dio un vuelco el corazón. Aquello suponía algo peor que la muerte, suponía el fin de mi existencia como ser humano. No estaba dispuesto a pagar un precio tan alto por una disputa académica.

-         Ahora la defensa expondrá su alegato inicial.-

Con la confianza que me caracterizaba en cualquier confrontación intelectual, salté al escenario con determinación:

-         Damas y caballeros del jurado. La exposición del Señor González, aún siendo muy humana, adolece de una característica tremebundamente importante: la falta de fondo. En el Derecho las pruebas y la ley lo son todo, no son admisibles simples argumentos traídos desde el corazón. Verán, según el Código Civil, los contratos verbales…-
-         ¡Protesto, señoría!- Espetó Lucas con un tono que indicaba que lo esperaba.
-         Se acepta. Letrado, permítame comunicarle que en este tribunal no resultan válidos los fundamentos jurídicos. No quiero oír hablar de Constituciones, ni de Códigos ni de Leyes de arrendamientos urbanos. Limítese a los hechos.-

Al escuchar aquellas palabras ya supe que había sido derrotado. En un entorno donde primase más el sentimiento que la propia ley, Lucas tendría la sartén por el mango. Ante aquello, sólo cabría una solución:

-         Su señoría, la defensa solicita un emplazamiento del juicio, no ha habido tiempo para preparar el juicio al no haber habido notificación del mismo con anterioridad a este día.-
-         Denegado, letrado. Continúe con su alegato o siéntese.-

Todo estaba perdido: iba a perder mi alma, mi propia esencia, y todo a manos de alguien que consideraba como mi propio hermano.

-         ¿Por qué me haces esto?- Pregunté mirando a Lucas fijamente a los ojos.

Ante esas palabras, el diario de los personas volvió a abrir sus páginas en la mesa de la defensa, mostrándome la verdad:

“Lucas me pidió que le dejase  presentar ante el Decano de la facultad de la Complutense la disertación con reconocimiento de créditos “Drogas y Estado: relación amor-odio”, ya que sólo podía ser presentado por un alumno por clase. Yo no tenía inconveniente, ya tenía créditos suficientes, sin embargo, a los pocos días el Decano me llamó a su despacho. Quería que yo realizase el trabajo, dada mi gran pericia en el mundo del Derecho Penal, ofreciéndome además contactar con el decano de la universidad de Nueva York para plantear la posibilidad de una beca completa para 4 meses allí, lo cual me liberaría de la mitad de las asignaturas del curso siguiente. Al final acepté y estuve tan metido en la realización del trabajo que se me pasó comunicarle el hecho a Lucas hasta una semana después. Al entregar el trabajo fui a su casa, su madre me dejó esperarle en su cuarto; allí pude ver una carta, de parte de la academia británica de verano Ashford para futuros diplomáticos. Se hablaba de que el 75% de los que pasan por esa exclusiva academia, lograban aprobar la oposición.
Lucas llegó a los 15 minutos y se ensañó conmigo. Nunca le había visto tan enfadado. Me acusó de pisarle a él para conseguir mis objetivos y dio por finalizada nuestra amistad. Ni le vi ni volví a saber nada de él desde entonces.”

      -      Esto lo deja aún más claro. Sigo sin entender por qué…-

Justo en ese momento, la verdad se abrió ante mí, mostrándoseme en todo su esplendor:

-         ¿Qué ponía en la carta de la academia Ashford?-

Lucas sacó del bolsillo de su chaqueta aquella carta que vi en su habitación aquel día. En medio de aquel tribunal, ante la mirada atenta de los allí presentes, la cogí, la abrí y me quedé perplejo con lo escrito en aquellas líneas: no se le podía otorgar la beca para Ashford por la falta de 2 créditos de humanidades en su expediente académico. Sin beca, Lucas no podría ir, ya que a pesar de pertenecer a una familia acomodada, sus estrictos padres le obligaban a procurarse el dinero para todo.
Aquello logró destrozarme por dentro, sabía que el sueño de mi amigo, de mi mejor amigo, mi hermano, era ir a esa academia para formarse como diplomático. Los ojos se me humedecieron.

-         ¿Por qué no me dijiste nada, idiota?- Dije con la voz entrecortada por la emoción.
-         No te enteras. Si te hubiera dicho algo, habrías intentado pagarme tú la academia. Desde que te conocí hace 8 años nunca te he pedido dinero para nada, porque quería que supieses que, al contrario de los demás, estaba contigo por lo que eres. Y que tu pasases por encima mía, me destrozó.-

Ante toda la situación, no sabía cómo actuar, de modo que me acerqué a mi amigo y le di un gran abrazo.

-         Lo siento muchísimo, Lucas. No sabía nada. Te prometo compensarte como sea.-
-         No hace falta, con reconocer tu culpa ya lo has hecho.-

Ambos sonreímos y yo me dirigí al juez.

-         Señoría, lo que hice fue un acto reprobable hacia mi mejor…no, hacia mi hermano. Siempre supe que lo que le hice estuvo mal por algún motivo mayor que yo desconocía, y eso lograba inquietarme, haciéndome sentir sucio por algún motivo que yo desconocía. Pero ahora ya lo sé. Me declaro culpable de todos los cargos.-

Toda la sala se llenó de sorpresa, aunque Lucas, sorprendentemente, saltó a mi defensa.

-         Señoría, no será necesario, la acusación plantea la renuncia a la acción.-
-         ¡Orden en la sala! ¿Está seguro? Posteriormente no podrá retomar la acción.- Puntualizó extrañado el juez.
-         Estoy muy seguro, señoría.-
-         Muy bien. El acusado queda libre de todos los cargos. Caso cerrado.-

Así, de un martillazo, mi alma quedó salvada. Lucas y yo sonreímos ampliamente:

-         Toma, esto es para ti, lo dejé en tu casa una de las últimas veces que hablamos. Creo que aún no lo has abierto.-

Lucas me entregó una caja roja que, probablemente, debía contener algún tipo de joya. La abrí. Dentro se disponían dos anillos de plata:

-         Los compré para María y para ti por vuestro aniversario, pero como después de vuestra ruptura no sabía qué hacer con ellos, los dejé en tu habitación.
-         Gracias, amigo.- Dije con los ojos humedecidos por la experiencia.
-         Ella es única, no la dejes escapar.-

De repente, el mundo entero cambió a mí alrededor, siendo las imágenes de los allí presentes borradas y reemplazadas por otras. Tuve el tiempo justo para abalanzarme sobre el diario de los personas y evitar que desapareciese. Así, las paredes del juzgado fueron arrancadas y volaron dando paso en su exterior al exclusivo y lujoso club de campo donde mis padres pasaban las tardes muertas de los domingos entre ricos pretenciosos y políticos pedantes.

Era principios de verano y la víspera de mi viaje a Nueva York donde, en teoría, iba a formarme en las artes del Derecho Penal en casos específicos. Ese día había fiesta en el club de campo para recaudar fondos, cuyo objeto no era otro que el de vaciar los bolsillos de los allí presentes con un pretexto aceptable. Yo no me encontraba en aquel momento en la fiesta, pero Nanako sí. Mi preciosa hermanita Nanako.

Mis padres adoptaron a Nanako cuando está tenía 3 años. Por fuera parecía que adoptaban a una niña japonesa por solidaridad, pero por dentro en realidad lo hacían para parecer más “progres” que nuestros vecinos los García, los cuales tenían dos niños sudamericanos y una Coreana. A mi no me importaba lo más mínimo el motivo, era estupendo tener una niña como Nanako en la casa, siempre sonriendo, mostrándose amable y haciendo lo posible por ayudar en casa pese a las reticencias de mi madre.

Siempre que mis padres no la escuchaban, me llamaba "Oniisan"[1] y me cogía de la mano. Me seguía a todas partes y era muy graciosa e inteligente para su edad: con 9 años ya leía asombrosamente rápido y hacia operaciones matemáticas grandes sin usar los dedos.
Por desgracia, no todo el mundo veía a Nanako con los mismos ojos que yo. Las niñas de su edad se metían con ella por ser de origen Japonés y la llamaban “pescado podrido”.

Muchas veces, aunque pasara algo malo en el colegio, ella volvía con una sonrisa en los labios, sólo para no preocuparme, aunque al final siempre conseguía sacarla la verdad. La consolaba y la daba consejos que, por lo general, la ayudaban. Pero justo el día que más me necesitó no pude ayudarla.

De repente, divisé a Nanako cerca de la piscina, la cual estaba con el covertor puesto para evitar que se llenase de porquería. Ella estaba huyendo de unas niñas que la insultaban y la perseguían. La llamaban “pescado podrido” y la empujaban. Nanako estaba preciosa con su vestidito rosa, no podía comprender como a algo tan bello podían martirizarlo tanto. Mis padres estaban unos cuantos metros más allá, hablando con un político de derechas amigo de la familia, sin percatarse de que su retoño estaba siendo increpado.

Me acerqué más para intentar hacer algo cuando, de repente, oí que alguien hablaba cerca de mí:

- La pálida muerte con golpe imparcial llama a la puerta de los pobres y a los palacios de los reyes.-

Esas palabras sonaron a mi derecha procedente de una mujer de tez blanquecina y largo pelo negro, de aspecto muy atractivo, ataviada en un traje igualmente negro, mientras daba vueltas en el aire a una moneda y miraba hacia Nanako.
Entonces me di cuenta, ella era la tercera carta: la muerte. El enemigo último de todo ser vivo.

-         Por favor, no te la lleves.- Dije dirigiéndome a ella.
-         Te aseguro que no lo hago por gusto, chico, odio tener que llevarme a niños y a gatitos por igual. Pero, ya sabes, soy parte de la vida.-
-         Por favor, haré lo que quieras, pero…-

Antes de que pudiese terminar mi frase la fría dama lanzó su moneda hacia el aire, a la vez que pude oír cómo revoloteaban las páginas del diario de los personas tendido en el suelo cerca de mi.

“Estaba tan ocupado organizando el viaje, que no pude atender las necesidades de Nanako. Al día siguiente iba a ver a las niñas del club de campo y quería saber cómo podía defenderse. No la hice caso, y pagué un precio muy alto por ello.”

Pude observar cómo Nanako estaba al borde de la piscina, corriendo por el suelo resbaladizo, y decidí actuar: salté hacia la moneda que la dama de la muerte había arrojado e intenté cogerla antes de que tocase el suelo y se decidiese la suerte de mi hermanita. Mientras, el diario de los personas seguía escribiendo:

“Si Dios existe, ¿por qué no evitó que Nanako resbalase? ¿Por qué no convirtió en inmaterial el covertor de la piscina? ¿Por qué no hizo que alguien oyese el chapoteo desesperado de sus bracitos en el agua? Sin embargo, Dios tuvo que hacer que fuera precisamente yo el que, recién llegado a la fiesta, buscase a Nanako, terminase desenroscando su cuerpecito del covertor y la sacase finalmente de la piscina sin vida.
Todos congregados alrededor de mi hermanita muerta y mi cuerpo fuera de sí llorando y gritando. Nadie se atreve a decir una palabra, excepto el cura: todo ocurre por un motivo, hijo. Ojalá bajase Dios frente a mí y me explicase la razón de quitarle la vida a la niña de 9 años más pura y bondadosa del planeta.”

Así el cuaderno terminó de escribir y yo conseguí coger el objeto en el aire, justo para comprobar que aquella moneda lanzada por la parca era de dos caras. De repente me sentí impotente, inútil y desgraciado. Una segunda oportunidad perdida. No tuve fuerzas para levantarme del suelo, simplemente observé la escena de mi yo pasado con su hermanita muerta en los brazos y mi yo actual tendido en ese césped, ambos llorando por nuestra impotencia.

-         Chico, espero que esto te enseñe que ni siquiera yo tengo la capacidad para decidir quién vive y quién no. Ahora debo dejarte, tengo que prepararlo todo. El próximo Septiembre voy a tener mucho trabajo. Adieu!-

Mis lágrimas me nublaron la vista, haciendo desaparecer poco a poco la terrible escena.
Cuando me sequé los ojos me encontré a solas de pie enfrente de la tumba de Nanako, el día de su funeral. Era la primera vez que la veía en el ataúd, con sus ojos cerrados como si estuviera durmiendo. El diario de los Personas, en el regazo de Nanako, se abrió una vez más:

“Pasé un par de días sin comer, a pesar de que me iría de viaje en otros dos más. El funeral de Nanako se celebraría tres días después de mi partida y tenía que ser a lo grande, por supuesto. Mi madre quería que hasta en los funerales se distinguiera su exquisito gusto por la decoración y la elegancia.
Al contarles a mis padres el hecho de que quería quedarme para su funeral, se negaron en rotundo. Yo debía irme a Nueva York, le había costado a mi padre 4.000 dólares y muchos favores el hecho de que yo pudiera ir, y no iba a tirarlo por la borda ni enfadar a sus socios. Eso fue lo que me dijo. Mi furia fue en aumento, pero no pude hacer nada. A tres días del funeral de mi querida hermana, tuve que coger mi mochila y mi maleta e irme a Nueva York. Creo que fue justo en el instante en que el avión despegó del suelo que mi alma se rompió en pedazos, volviéndose corrupta e irrecuperable. Ni el mejor de los adhesivos podría volver a unirla.”

Al verla en aquella habitación de roble, con su precioso vestido blanco y rosa, me asaltaron muchos recuerdos. Tuve que reprimir mis ganas de llorar. Yo estaba allí por un motivo, para decirla no sólo a ella, sino también a mi mismo, una verdad que me liberaría:

-         Nanako. Pensé que debía estar aquí el día de tu funeral para pedirte disculpas, pero ahora me doy cuenta de que tenía que perdonarme a mí mismo. Por algún motivo, tuviste que irte de mi lado ese día. Seguro que estés dónde estés miras todo lo que hago aquí abajo y velas por mí como un ángel, ¿verdad que si?-

La cogí de la mano. Era la primera vez que notaba su mano tan fría, siempre las tenía calientes cuando nos las cogíamos. Unas ligeras lágrimas cayeron encima de su vestidito.

      -    Tu no querrías verme así, ¿verdad Nany? A partir de ahora sonreiré, aunque sólo sea por ti. Para que me veas feliz desde tu nube ahí arriba y no te preocupes por el desastre de tu hermano. Te lo prometo. Sayonara, Nana-chan.-


Sin tener más que decir, cerré el diario de los personas y deposité la moneda de la parca entre sus manos, cruzándolas sobre su pecho. Unos segundos en silencio después, comenzaron a sonar los lentos pasos de alguien en el suelo de mármol. Era la anciana de la sala del terciopelo azul.

-         Bien hecho, joven.-
-         Buenas tardes, señora.- Dije con una sonrisa en los labios, secándome las lágrimas.
-         Vaya, tu aura ha cambiado, sin duda has vuelto a recuperar tu verdadero ser.-
-         No, no lo recuperé. Siempre estuvo conmigo.-
-         Bueno, bueno, me alegra el corazón escuchar tus palabras. Ahora bien, no podré creerlas hasta que me muestres la carta.

La anciana debería referirse a las cartas que me entregó en aquella monocromática sala: el enamorado, el juicio y la muerte. Metí la mano en el bolsillo para sacarlas pero, en lugar de las tres cartas, sólo encontré una que no tenía nada que ver con las que me entregó.

-         Ah, ahí está. La carta El Mundo, la ventana a la eternidad. Al reencontrar tu verdadero yo te has redimido y has conseguido vencer tus miedos convirtiéndolos en esta carta, la cual nos recuerda que en la redención lo esencial es la obra que conduce a la meta.-

Había conseguido mi objetivo. No volvería a ver mi vida de la misma manera. En realidad todo lo que hice fue repasar los acontecimientos importantes para saber dónde había fallado. Supongo que muchas veces, cuando uno se encuentra perdido, es justo lo que necesita: volver la vista atrás y recordar que aún queda mucho camino por delante.

-         Has recuperado tus personas y, por ello, te has ganado el derecho a volver. Eso es todo lo que yo puedo hacer, el resto depende de ti. Adiós, joven.-

Con un ligero golpe de su bastón en el suelo todo el entorno se fragmentó y desapareció, quedándonos ella y yo rodeados por todos mis seres queridos en medio del vasto océano, posados encima del agua, rodeados totalmente por el intenso azul del cielo y del agua. Esa imagen no hizo más que hacerme sonreír con una naturalidad que ya creía olvidada.








[El relato acaba la semana próxima. No te pierdas el final de esta onírica aventura...]



[1] “Hermano”, en Japonés

martes, 19 de abril de 2011

El diario de los Personas. Capítulo 1: mi viaje


-         Sé por lo que estás pasando, pero tienes que ser fuerte. Una situación así no se va a prolongar indefinidamente, te lo digo yo.-

La mujer se lleva la pequeña melena negra por detrás de la oreja. Es un gesto que yo conozco muy bien: lo hace siempre que está perdida en sus divagaciones. Aunque en este caso no me haría falta siquiera advertir aquella pequeña rutina gestual ya que ella mira su taza de café con ademán abatido y ausente.
Su rostro refleja un agotamiento extremo, típico de la gente con insomnio: tiene tales ojeras que resulta imposible taparlas ni con el mejor maquillaje, su expresión es vacía y triste, sin contar que ha adelgazado 10 kilos en tiempo récord. Cualquiera diría que unos meses atrás, cuando comenzó a trabajar en mi bufete, hacía que los hombres se peleasen por llevarla el café.

-         No lo hagas por ti si no quieres, hazlo por tu familia, por tu hija.-

En un principio hago un intento de cogerle la mano, pero la luz  matutina que se filtra por el ventanal del Starbucks hace refulgir las alianzas de oro que lucimos en nuestros anulares, llevándome a retroceder en mi acción por respeto a nuestros respectivos. Ambos nos quedamos en silencio, degustando el café de desorbitado tamaño, de precio aún más desorbitado, mientras contemplamos a los transeúntes pasar a través de este gran ventanal. Un centenar de rostros anónimos desfilando frente a nosotros, cada uno con su propia historia personal que contar.

-         Lo lamento. Hace poco que nos conocemos y ya te estoy cargando con mis problemas. Debes pensar que soy patética.- Me dice sin quitar la mirada del oscuro café.
-         No pasa nada, Teresa, estos deben ser momentos difíciles para ti. La muerte de alguien cercano no se supera así como así. Además nuestro trabajo quema mucho, no me extraña que tengas esas pesadillas que…-
-         ¡No son sólo pesadillas! – Dice con un tono decididamente alto, llamando momentáneamente la atención de los demás clientes – Lo siento. Pero es que tú no lo entiendes, nadie puede.-

El silencio vuelve a apoderarse por unos instantes de la conversación, hasta que decido abordar el asunto desde otra perspectiva y centrarme de nuevo en el significado de sus sueños.

El padre de Teresa, Julián, murió hará un par de semanas de un paro cardiaco. No era ningún mozalbete, pero tampoco un anciano, y apenas había degustado los placeres de de los 50 años. Era abogado y profesor de Derecho Civil en la universidad Carlos III de Madrid y el grado de admiración que sentía Teresa por él era tan intenso que eso la llevó a estudiar lo mismo y especializarse en la misma materia que su progenitor.
Desde su defunción, Teresa había sufrido unas extrañas pesadillas protagonizadas por su padre: era enterrado vivo,  tiroteado, desfallecía en mitad de la calle o caía desde una gran altura. Dada la peculiar naturaleza de esas “muertes”, tan distintas a como fue la suya en realidad, yo la sugerí que eso podía deberse a un falso sentimiento de culpabilidad. Esta era una teoría extraída de los diversos libros de psicología que había leído a lo largo de los años.

En esta mesa del Starbucks sigo intentando buscar las palabras adecuadas para ayudarla; y es que odio verla en un estado tan deprimente, sobretodo teniéndola en consideración como la mejor profesional del bufete. Comenzó a trabajar como abogada de la sección de Derecho Civil, especializada en Derechos de familia y sucesiones, con un currículo que puede ser tildado de excelente. La primera vez que la vi por los pasillos no me llamó demasiado la atención, me pareció la típica novata que no sabía ni encender la fotocopiadora.  
Sin embargo, en nuestra primera reunión, sobre el presupuesto destinado al área de Derecho Civil, me sorprendieron su motivación, resolución y empuje. Al final resultó que no era para nada la persona que su máscara reflejaba: es madre de una niña de 3 años, tiene un marido de origen Colombiano activista de derechos civiles de las minorías y además es fan del Bebop, un estilo de jazz muy poco conocido promovido en los 40 por Charlie Parker.

Ah, si, soy propietario del bufete en el que trabaja. Aunque a pesar de esto y de haber estudiado (más bien, sufrido) cinco años de Derecho en la universidad, siempre me apasionó más la psique humana, la psicología en general, pero mi padre dirigía uno de los mayores oficinas jurídicas de la ciudad y lo que se esperaba de mi era que yo continuase con la labor familiar.

Así es como gracias a las diversas presiones familiares pasé mis años de formación bajo el régimen más estricto: tardes con profesores particulares muy reputados, veranos en universidades extranjeras para completar mi currículo y noches salpicadas por las notas que flotaban desde el piano de cola marca Petrof que se disponía majestuosamente en el salón de nuestra gran casa. En ese ambiente de excelencia académica no cabía un pequeño margen para el error por mi parte.

No obstante, no tengo queja, ahora soy de los mejores abogados en materia Penal que existen en este país. Eso sí, sacrificando bastante mi vida personal: sólo tengo a una persona que puede ser tildado de amigo y en estos momentos está ejerciendo de diplomático en Irlanda.
Tengo mucho dinero, el cual no hago más que invertir ya que no soy una persona de gustos lujosos. Gasto lo justo para mi preciosa casa, mi precioso coche, mis preciosos trajes y mi preciosa mujer, una humilde actriz de películas de serie B.

Estaréis pensando que mi vida es bastante fría, sin apenas relación con nadie fuera de mi entorno, pero tampoco tengo necesidad de ampliar mi círculo. Hace años pude ver la verdadera cara de las personas, lo que se oculta detrás de esa gran máscara que suelen llevar la mayoría de los seres humanos para ser socialmente aceptados. Yo nunca fui así, nunca deseé serlo, quizás por eso nunca he podido entender al resto de seres humanos, siendo tildado por ellos de “raro”. Aunque siempre ha habido una extraña tendencia en la sociedad de tildar de “raro” a cualquiera cuya actitud no comprendan.

Volviendo mi mente al asunto que me ocupa, lo que más me gusta de Teresa es justo lo que más valoro en una persona: el hecho de no ocultar su verdadero yo. Por eso ella había conseguido que su jefe, o sea yo, la invitase a un café todas las mañanas antes de entrar a trabajar. Hazaña que nadie, excepto mi esposa, había conseguido antes.

-         Mira, en la otra mesa se han dejado un libro.- Suelta Teresa de improviso.

Ella se levanta en dirección a la mesa individual contigua, cogiendo el libro con ademán instintivo. No deja de parecerme un hecho curioso, suele ser una persona bastante reflexiva en todo lo que hace, es casi como si supiera que aquel libro estaría allí. Aun así, en ese momento yo no le doy  mayor importancia y sigo abstraído en mi cotidiana tarea de tomarme el café, aunque ella no tiene intención de dejar el libro en su lugar original y vuelve a sentarse mientras lo examina.

-         Qué curioso, parece una especie de diario. Fíjate, en la portada pone “Persona”.-

Al oír esa última palabra mi esófago se cierra de la sorpresa, dejando aquel líquido negruzco a medio tragar, haciéndome toser del esfuerzo de expulsarlo. He estado a punto de conseguir un suicidio involuntario, lo cual hubiera sido una noticia jugosa para mi competencia.

Ella no parece percatarse de la sorpresa que había manifestado segundos antes y sigue observando aquel diario. Hasta hoy pensé que nunca más volvería a ver ese extraño objeto, contenedor de verdades conscientes e inconscientes. Ese diario capaz de activar un sexto sentido que permite que los mortales alcancen un sueño ancestral que puede no resultar tan atractivo en la práctica: conocerse a uno mismo.

Ante su visión, sólo se me presenta un interrogante:

-         ¿Quién estaba sentado allí?-
-         Pues creo que una mujer mayor, pero no estoy segura.-

Teresa se muestra rara, como en un sueño, observando ese diario de arriba abajo, pasando las páginas una y otra vez, como si esperara encontrar algo dentro. Intento devolverla de nuevo a la realidad:

-         Igual todavía puedes alcanzar a la persona que lo dejó, deberías ir a mirar.-

Esta sugerencia parece caer en dique seco, ya que ella parece ausente. Aún así, no desisto.

-         Permíteme añadir que si no lo entregamos incurriríamos en un delito de apropiación indebida. Somos abogados, ¿recuerdas? La única manera en la que nos está permitido robar es a través de nuestros honorarios.-

Tras unos segundos, ella vuelve en sí, lo puedo notar por su mirada, tan centrada e intensa como siempre:

-         Sí, tienes razón. Igual no se ha alejado mucho. Ahora vuelvo.- dice levantándose rápidamente de su asiento.

El sonido de los pasos de sus tacones en el mármol, junto a la visión del diario negro en su mano izquierda, me hace retroceder en el tiempo de forma casi imperceptible. Esos pasos de tacón son sustituidos por otros de unos zapatos Martinelli en las baldosas del aeropuerto, acompañado por el típico bullicio que emana de él.

Era el Septiembre de 2001 y yo acababa de volver de hacer unos cursos de Derecho en una conocida universidad de Nueva York. Me dirigía  a casa tras comprobar con desilusión que mis padres no se acordaron de que hoy volvía a Madrid. Resultaba triste aguardar dos horas con tus maletas en el aeropuerto y que nadie apareciera para recogerte.

No fue la primera vez que pasaba: a los 12 años fui a un campamento de verano en California durante dos meses, tras los cuales llegué a Barajas de madrugada con una maleta más grande que yo. Nadie vino a buscarme y terminé pasando la noche en la terminal. A la mañana siguiente tomé la iniciativa y volví a casa en Metro. Al llegar a casa, mis padres me compensaron comprándome todo lo que les pedí durante un mes. Lástima que ese sentimiento de decepción y abandono que he acarreado desde entonces sea de lo poco que no pueden comprar.

Ese día, habiendo pasado 8 años, volvió a ocurrirme lo mismo, con la salvedad de que esta vez tuve suerte y pude coger el metro antes de que cerrara. Mientras esperaba uno de los últimos trenes, mi dolor de cabeza fue en aumento. A los pocos días de llegar a Nueva York comencé a tener una migraña horrible; no es algo que pudiera explicar, simplemente me levanté un día por la mañana y la tenía. Venía y se iba según su voluntad, lo cual me impedía dormir y, si tenía la suerte de echar una cabezada, me asaltaban unas extrañas pesadillas.

Gracias a Dios, tenía las aspirinas en el bolsillo de la chaqueta, así no tendría que abrir ni la mochila ni la maleta en mitad del andén. Saqué un par de píldoras y me las metí en la boca. Tristemente era un gesto que se había vuelto normal en mí. Así, y tras venir el tren, me embutí junto al resto de pasajeros en uno de los atestados vagones del metro. Esto no hizo sino agotarme más aún, por lo que me enfundé los cascos de mi iPod y me abandoné a los sonidos emitidos por el viejo Charlie Parker en su disco “Bebop & Bird”. Escuchar ese disco en aquella época hacia que mi corazón se llenase de nostalgia y dolor, sentimientos que pese a ser negativos, necesitaba sentir para recordar que aún era un ser humano.

Mi casa se encontraba en una zona residencial acomodada del norte de Madrid, bastante exclusiva, destinada a la clase alta tal y como se dilucidaba de los diversos campos de golf que la rodeaban. Era la típica zona que la gente de clase baja, como diría mi madre, llamaba despectivamente “barrio pijo”.
No me disgustaba vivir allí, aunque las comunicaciones dejaban mucho que  desear. Había una caminata bastante agotadora hasta llegar al hogar.

Tras abandonar el vagón, desenfundarme los cascos y salir del tubo del metro pude comprobar cómo la noche se mostraba tranquila y apacible, sin una sola ráfaga de viento. El paisaje emitía una sensación de silencio y oscuridad que me resultaba de alguna manera inquietante, como la calma que precede a la tormenta, lo cual achaqué en aquel momento a un sentimiento de nostalgia. Al fin y al cabo había pasado un par de meses fuera.

Tras salir de la calle principal, me encontré de frente con el parque Paradiso, el cual presentaba una particularidad que me llamó fuertemente la atención: estaba abierto. Por un lado me venía bien, ya que atajando a través de él me ahorraba 15 minutos, pero por otro me extrañó ver las puertas abiertas de par en par a esas horas de la madrugada.
No obstante, mi cansancio y mi migraña me impidieron pensar sobre ese suceso en particular; lo único que hice fue tomarme otra par de aspirinas e internarme en él.

El parque presentaba un camino de tierra en línea recta, acompañado por una serie de bancos de madera enfrentados a ambos lados del césped, todo ello bañado por la tenue luz de las esféricas farolas que se disponían en sucesión al lado de cada banco.

El silencio era la banda sonora que se emitía en aquel paraje, tan sólo acompañada por los leves sonidos de mis pasos en la fina arena y el ritmo constante de las ruedas de mi maleta sonando a mis espaldas.

Al cabo de un rato andando por aquel repetitivo paraje, algo comenzó a pasarme: me paré en seco en contra de mi voluntad. No sólo eso, sentí que mi vista se nublaba, que mis piernas se volvían flácidas y débiles, que mi respiración se entrecortaba y que comenzaban a pitarme los oídos. Mi vista se apagó, eliminado toda imagen de la escena, a la vez que podía sentir un inimaginable malestar recorriendo todo mi cuerpo, tras lo que se oyó un fuerte golpe, como si algo pesado hubiera golpeado el suelo.

Justo después de aquel sonido seco, pude volver a abrir los ojos, encontrándome todo como si nada hubiera pasado: mi maleta, mi mochila e incluso mi dolor de cabeza seguían en su sitio. La única diferencia respecto al pequeño ataque que segundos antes había sufrido era una ligera bruma que inundaba el ambiente, consecuencia de las horas oscuras y tardías en las que me movía.

Tras detenerme unos segundos para tomar aire y reponerme del extraño suceso proseguí mi marcha, internándome en la niebla que ambientaba mi camino a seguir. Según avanzaba pude notar que la niebla se había más densa y más intensa, limitando mí visión del paisaje a tan sólo los bancos, las luces y el camino de tierra.
Cuando comenzaba a encontrar intrigante la longitud del trayecto y la naturaleza de aquella densa bruma, encontré algo en el suelo que llamó poderosamente mi atención. Era un cuaderno de cuero negro dispuesto en medio del suelo. La curiosidad me pudo por lo que me acerqué, lo recogí y lo examiné. Sus hojas estaban completamente en blanco. Lo único que había escrito en él era el título en la portada con una extraña caligrafía: Persona

-         Bonito diario, jovencitos.- dijo una experimentada y anciana voz.

Esa voz logró sobresaltarme. Alzando instintivamente los ojos en la dirección del sonido, me encontré de frente con la figura de una persona sentada en el banco que había al lado izquierdo del camino. Era una mujer anciana de amplia nariz, envuelta en una gran túnica azul, la cual se apoyaba con ambas manos en un bastón de madera. No recordaba para nada haber visto a nadie antes de coger aquel “diario”, aunque tal era mi estado que no podía garantizar nada.

-         No es mío, lo acabo de encontrar.- Respondí resaltando lo obvio.
-         Oh, estoy segura de que es de uno de vosotros. Deberíais llevároslo.-

Aquella conversación resultaba bastante desconcertante, teniendo en cuenta que los únicos que nos encontrábamos allí éramos aquella anciana y yo.

-         ¿Por qué no miráis de nuevo?- Propuso mirándome fijamente a los ojos.

Me sorprendió a mí mismo el hecho de que sin acritud alguna volviese a mirar la primera página de aquel cuaderno, aunque no tanto como lo que encontré escrito dentro de él:

“No hay duda de que esta anciana está senil. No hay nadie aquí excepto ella y yo. Quizás debería llevarla a las autoridades y que la encierren en una residencia…”

Aquellas palabras estaban escritas con mi misma letra. La sorpresa hizo que diese un paso hacia atrás y levantase la vista hacia la misteriosa anciana; aunque para entonces ya no había nadie en aquel banco. Lo único que quedaba era su bastón de madera.

Todos aquellos acontecimientos eran demasiado para mi. Nunca había creído en lo parapsicológico, pero aquella situación era decididamente extraña, de modo que opté por dejarlo todo en aquel banco, cuaderno y bastón, y alejarme con paso apresurado con mi mochila y mi maleta a cuestas.
Me adentré de nuevo en la niebla, hasta que esta me permitió vislumbrar el siguiente banco en el que, con deliberada pretenciosidad, se disponían un cuaderno de cuero negro y un bastón de madera idénticos a los que había dejado atrás. Ese hecho me asustó aún más si cabe, de modo que apreté el paso hacia delante hasta que pasé dos, tres y hasta cuatro bancos parecidos, en los cuales en todos se disponían los mismos objetos.

Me paré, cogí aire y me dispuse a leer el cuaderno para comprobar que no estaba teniendo visiones. No cabía duda, era el mismo que había visto antes. Para zanjar el tema decidí cogerlo, no sin ciertas reservas, y seguir adelante. A medio camino, me di la vuelta para mirar el banco y comprobé que el bastón de madera había desaparecido.

La niebla se hizo más y más intensa a medida que avanzaba, hasta el punto de que no pude distinguir nada a mí alrededor, haciendo el avance mi única opción. De repente, choqué con algo, la niebla se dispersó inmediatamente permitiéndome ver un gran par de puertas de madera azul enfrente de mí. Desconcertado, di unos pasos hacia atrás para comprobar la estructura del edificio. Se trataba de un castillo de enormes proporciones rodeado de una gran bruma que tan sólo dejaba entrever su arquitectura y su ecléctico color azul. Dado el ambiente inundado por la bruma, no había otra solución que entrar; era como si alguien estuviera guiando mis pasos.

Cogí el pomo e intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada. Justo cuando resignado iba a dar la vuelta para comprobar si existía otra entrada, del diario negro cayó una llave: era una llave azul con forma de mariposa. Era idéntica a la que pude ver una vez, sólo que no fue en este mundo. Probé mi suerte y metí la llave azul en la cerradura azul de aquellas puertas azules, para descubrir que encajaba. Al girar la llave, ambas puertas se abrieron con gran estruendo y todo fue rociado por una luz blanca, la cual iluminó todos los recovecos de mi oscuro ser.

Al cabo de unos segundos, de esa luz blanca emanó una canción a piano, muy tranquilizadora, acompañada por la potente voz de una soprano. A pesar de no poder ver nada, me sentía como en casa. Una sensación cálida y familiar.

-         Bienvenido a la sala del terciopelo azul.- dijo una voz conocida.

Al abrir los ojos pude comprobar la veracidad de su enunciado: era una amplia sala forrada enteramente de terciopelo azul, cuyo suave olor lo impregnaba todo, en la que no se disponía más que un piano cuyas teclas se tocaban solas a mi lado izquierdo, un espejo de cuerpo entero a mi lado derecho y en el centro una mesa azul acompañada por un par de sillas del mismo color que ocupábamos yo y mi misteriosa anfitriona, la anciana del banco.

Enfrente de mí, en la mesa, descubrí el misterioso cuaderno negro, pero no había rastro de mi equipaje. No obstante, había algo que me hizo olvidar este hecho: al lado de la misteriosa anciana, se disponía alguien extremadamente conocido. Era yo ataviado con un perfecto traje negro de tres piezas y camisa blanca adornada con una corbata de seda del mismo color. Pero, ¿si aquel era yo? ¿Quién era yo?

Con rapidez miré a mi derecha en dirección al espejo para comprobar con horror que no tenía rostro. Este había desaparecido y en su lugar se presentaba una careta oscura. Sin embargo, pese a mi perplejidad, todo aquello parecía una especie de profecía que se cumplía.

-         En este lugar, no podrás esconder tu verdadero ser.-

Una profecía que encerraba una verdad evidente, pero incómoda.

-         Tu perdiste hace tiempo tu yo mismo y por eso no te reconoces.-

Una verdad incómoda y, por lo tanto, rechazable.

-         Estás aquí porque se te ha dado la rara oportunidad de elegir, joven: atravesar la puerta de tu subconsciente e intentar encontrarte a ti mismo o vagar de forma indefinida en las tinieblas de las que procedes. Escoge con cuidado, ya que en cada elección apreciarás ambas caras de la moneda.-

Mirando de nuevo a la anciana pude observar cómo, detrás de ella, se disponía una puerta rodeada por un montón de máscaras con el rostro de diversas personas. Todas ellas eran de gente que significaban algo para mí: estaban mi padre, mi madre, María, Lucas,… aunque de todas ellas me llamó la atención la de la pequeña Nanako. Me quedé un rato observándolas.

-         Todas esas máscaras son tú, y tú eres todas ellas. Tu yo mismo se compone de muchas máscaras, aunque para encontrar la verdadera, la que te define, deberás reunirlas todas. Esas máscaras son tus personas o personalidades. No cometas el error de huir de ellas, acéptalas como parte de ti, o refúgiate en la fría soledad del vacío. Un vacío que no conseguirás llenar con ningún objeto físico.-

Yo ya había visto todo esta elección en los sueños que me asaltaban en Nueva York: me encontraba en el centro de una gran habitación blanca. Mis padres estaban en el lado derecho sujetando una puerta y María estaba en el lado izquierdo sujetando otra. La pequeña Nanako estaba conmigo, cogida de mi mano, mientras me mostraba dos llaves: una de plomo y otra con forma de mariposa. Sabía que, dependiendo de la que eligiera, se me abriría una puerta u otra. La gran pega era que siempre me despertaba antes de la elección, pero ahora me era posible continuar la historia.

Con precaución me levanté cogiendo el diario, al que a partir de entonces llamaría “diario de los personas”, e hice ademán de ir en dirección a la puerta a sus espaldas; pero ella levantó la mano para detenerme, volviéndome a sentar de nuevo.

-         Antes de irte, deberás escoger tres cartas que decidirán tu destino. Detrás de cada una de ellas pueden encontrarse o bien tu salvación o bien tu perdición.-

Con un chasquido de dedos de mí, o sea de la persona que estaba al lado de la anciana, descendieron del cielo 22 cartas postradas boca abajo en fila de 3, excepto la primera, que formaba una especie de cúspide. No me detuve mucho tiempo a escoger y lo hice prácticamente por intuición: las penúltimas de las tres filas. Con un giro de muñeca en el aire la anciana dio la vuelta a las cartas elegidas, desapareciendo el resto.

-         Interesante. El enamorado, la muerte y el juicio. Estas cartas demuestran claramente tu verdadero ser. Puede que tu sitio no esté aquí, después de todo.-

Me metí las tres cartas en el bolsillo y yo, es decir el ayudante de la anciana, chasqueé los dedos, tras lo que apareció un gigantesco reloj de pared que cubría todo el techo; sus agujas comenzaron a girar rápidamente. Empezaba a sentirme desaparecer.

-         Recuerda esto, joven: cuando no sepas quién eres, escucha a tu alma. En los versos de su poema encontrarás tu verdadero yo.-

Y así, una potente luz blanca me envolvió de nuevo, haciéndome desfallecer una vez más.






[El verdadero viaje comenzará la semana que viene con el Capítulo 2]

lunes, 18 de abril de 2011

Reflexiones iniciales sobre "El diario de los Personas"

"La noche es silenciosa, reposan las calles,
en esta casa vivió una vez mi amor.
Ella dejó hace tiempo la ciudad.
Mas la casa permanece, en el mismo lugar.


También hay allí un hombre que levanta la mirada
y retuerce sus manos por el dolor angustiado;
Al ver su rostro, me horrorizo...
¡la luna me muestra mi propia faz!


Tú, mi doppelganger, tú, pálido camarada,
¿Por qué remedas mis penas de amor
que en este sitio padecí
tantas noches, tanto tiempo?”


Estas líneas fueron creadas por Heinrich Heine en 1828 para una de las canciones de la obra “Schwanengesang” (“Swan Song” – la canción del cisne traducido) de Franz Schubert el mismo año de su muerte. Titulada “Der Doppelganger”, que puede ser traducido como “el doble”, hace alusión a la otra parte de nosotros mismos.

Esas líneas no son mías y ni siquiera me inspiraron para la obra que os presento esta semana (las descubrí unos meses más tarde), pero el hecho de que el estilo sea parecido al mío y refleje cierta parte de la trama del presente relato me ha llevado a querer compartirlas con vosotr@s.

Ahora bien, no penséis por esto que soy un intelectual que se sienta con las piernas cruzadas enfrente de su chimenea mientras escucha las grandes obras de Schubert. Me gusta la música clásica, no lo niego, de hecho estudié durante 10 años acordeón y llevo 2 con la flauta, lo cual resulta curioso ya que desentona con mi look de rastafari blanco. Sin embargo no fue en la obra de Schubert donde los escuché por primera vez, en otra ocasión os comentaré dónde lo hice.

“El diario de los personas” es una obra puramente psicológica. Si creíais que “Don´t Forget” a veces pecaba de situaciones imposibles o sacadas de quicio, en esto preparaos para encontraros con sueños, visiones y arquitectura imposible al más puro estilo de obras audiovisuales como “Origen”.

La primera parte comienza en un “Starbucks” del centro de Madrid en el que un abogado, dueño de un prestigioso bufete, se toma un café matutino junto a una de sus subordinadas. En medio de todo ello se toparán con un objeto que hará a nuestro protagonista rememorar uno de los momentos más importantes de su vida.

Qué rollo de argumento, ¿no? Suena simple en un principio, pero os aseguro que la cosa se irá complicando según leáis. Los que me conocéis ya sabéis lo poco que me animan los inicios, pero en este caso me resultó muy entretenido el hacerlo, ya veréis a qué me refiero….

Nada más que comentar de momento, todos los intríngulis que os deseo contar lo haré en su momento en las claves pertinentes. Sin más, os animo a que dejéis en la puerta todo cuanto llevéis encima: llaves, preocupaciones, deseos, sueños… y entréis en la sala del terciopelo azul. Os estaré esperando.


Donald Light.